Nepsis
"Sed sobrios, estad despiertos" (1 Pe 5,8a)

Sed sobrios, estad despiertos... (1 Pe 5,8)
Nepsis. νῆψις
"Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera ser dios" repite constantemente la tradición patrística. Guía constante en la vida espiritual son los Padres de la Iglesia que indican, cada uno a su modo, el camino que conduce hacia Dios, a la unión con Él, a nuestra "deificación" (la theosis), el sentido y la finalidad de la vida humana.
El camino de la vida espiritual propuesto por el grupo de los padres népticos y de los hesicastas, pasa a través de la oración incesante.
Esta oración continua no consiste en realizar permanentemente "actos" explícitos de oración, algo imposible para nuestra naturaleza humana, sino en vivir en un "estado" de oración, generar una suerte de hábito que, colaborando con la Gracia Divina nos permita transformar todo nuestro ser y actuar en una continua acción de alabanza y ofrenda al Señor, a la vez que acción de gracias, y de esta manera vivir como tradicionalmente se ha dicho: "en presencia de Dios".
"Orad sin cesar. Dad gracias a Dios en toda ocasión" (1 Tes 5, 17-18a)
Piedra angular en este edificio del estado de oración continua y que en esta obra conjunta de Gracia y naturaleza corresponde a nuestra parte proveer, es la "Nepsis", que podríamos traducir como vigilancia. Ella consiste en custodiar el intelecto (nous), la mente y el corazón no alterados ni excitados por las pasiones ni por las distracciones, a fin de permitir al hombre permanecer en esta presencia de Dios. Es practicar la "guarda del corazón" que nos posibilite acceder a esa presencia y mantenerla "viva". Es alcanzar de algún modo la bienaventuranza, proclamada por Jesús en el Sermón de la montaña, de la pureza de corazón, que nos da acceso a la visión de Dios.
"Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8)
Es estar atentos y vigilantes como aquellas cinco jóvenes prudentes en oposición a las cinco necias, que esperaban la llegada del esposo para acompañarlo a su fiesta de boda (Cfr. Lc 18), atenta espera que es capital, entre otros motivos porque muchas veces, cuando recibimos intuiciones, claras comprensiones, intensas experiencias y demás signos de la presencia de Dios en nuestras vidas, tras un breve entusiasmo, al igual que aquellas semillas que cayendo entre piedras (cf. Lc 8,6) o entre espinas (cfr. Lc 8,7) rapidamente se malograron, también toda alegría y fruto de dicho encuentro con el Señor se diluye y hasta desaparece, en gran medida y frecuentemente, por la imprudencia, el olvido, la falta de vigilancia, de atención, y de recuerdo.
Dice acertadamente Jean Lafrance: "Una de las mayores gracias que un hombre puede obtener en este mundo es descubrir que, en el deseo único de Cristo, puede vivir a gusto en todas partes y descubrir a Dios en toda ocasión..."
Podríamos sintetizar esta actitud de atenta vigilancia en aquéllo que el Espíritu Santo inspiró a San Pedro cuando dijo:
"Sed sobrios, estad despiertos..." (1 Pe 5,8a)
"νήψατε, γρηγορήσατε..."
